martes, 5 de agosto de 2008

Mi aventura de ser docente


Todos sabemos que las aventuras entrañan riesgos, pero también implican oportunidades. De igual manera, el ser maestro esta lleno de contingencias y de posibles éxitos. Concebir nuestro trabajo como un campo de oportunidades de desarrollo, en beneficio de nuestros estudiantes y de nuestra sociedad, depende de nosotros.
Todos los días, el ser maestro nos exige enfrentarnos a situaciones propias de la enseñanza; pero he de confesar que, pocas veces, me he detenido a reflexionar sobre cómo se ha construido mi identidad profesional. Conocer este proceso, o mejor dicho tomar conciencia de este proceso, seguramente resultará benéfico para reconocer, o quizá, redefinir mi identidad como profesional docente.
Desde hace veinte años he sido profesora de Historia en el nivel de Educación Media Superior. Etapa educativa que considero muy importante en la vida de las personas; ya que para muchos, desgraciadamente, representa su última etapa educativa. Además pienso que la educación media superior debe tener gran trascendencia, pues trabajamos con los futuros ciudadanos del país, quienes necesitaran de todo su conocimiento, criterio, sentido común, intuición y capacidades para resolver los problemas de la sociedad actual.
He de decir que, a lo largo del tiempo, el significado de ser maestra se ha transformado. De ser una profesora que se mantenía en los terrenos seguros de la repetición, he adquirido, un sentido e intención por lograr aprendizajes que sean de interés y de utilidad para los alumnos. Asimismo he aprendido que tomar decisiones sobre el sentido de nuestro quehacer nos otorga libertad de acción que, a su vez, abre la puerta a la creatividad e innovación de opciones de aprendizaje.
He trabajado en diferentes sistemas de Bachillerato, con estudiantes de distintas condiciones socioeconómicas, desde hijos de empresarios o de escritores, hasta muchachos que tienen que trabajar para mantener a su familia. En todos los casos, la convivencia con los jóvenes, siempre ha sido gratificante. Para mí servir de apoyo, de guía, de consulta, e inclusive como referente de autoridad intelectual y moral para los estudiantes es una responsabilidad que cultivo y mantengo alerta para hacer un buen papel ante ellos. Procuro recordar siempre que mis acciones generan consecuencias no sólo en la convivencia en el aula, sino también en la formación de los estudiantes.
Los motivos de satisfacción de mi trabajo como docente han sido muchos. El respeto compartido con los estudiantes, el cariño generado, los aprendizajes logrados, la adopción de hábitos positivos entre los estudiantes, el reconocimiento de jóvenes cultos y con ambiciones intelectuales, los reencuentros o el éxito profesional de ex alumnos, han sido un regalo para mí.
Por otro lado, la otra cara de la moneda, lo desagradable, lo he experimentado en los momentos en que se rompe la comunicación con los jóvenes, sobretodo con los estudiantes apáticos en extremo para el trabajo; en el fracaso que significa la deserción escolar; en el desgaste físico por una larga jornada de trabajo; en la falta de recursos bibliográficos, en las condiciones deficientes para trabajar en el aula y en las limitaciones producidas por la ausencia de una formación pedagógica especializada en mi práctica docente.
No obstante, soy docente, y deseo continuar en esta aventura de ser maestro, para actuar con responsabilidad y compromiso con los estudiantes, que semestre tras semestre, comparten conmigo el reto de lograr una educación que les sea útil para entender la complejidad del mundo moderno, para participar razonadamente en los procesos de su tiempo.

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